Probar nuevos sabores es uno de los beneficios de viajar, sobre todo cuando elegimos un lugar lejos de casa. Sin embargo nunca pensamos que un restaurante nos fuera a sorprender tanto cuando elegimos Canadá.
Wildebeest es más que un simple lugar donde ir a cenar, es una verdadera experiencia para todos los sentidos.
La aventura comenzó desde antes de llegar, el restaurante se ubica en Gastown el distrito más antiguo de Vancouver donde se fundó la ciudad. Caminar por sus calles es toparse con tiendas de ambiente hípster.
Restaurante Wildebeest en Vancouver
Ahí, en la planta baja de un edificio reformado del siglo XIX se encuentra Wildebeest. A primera vista se parece a otros restaurantes urbanos modernos.
Se trata de un concepto abierto decorado con ladrillo al desnudo, madera y lámparas vintage.
Conforme pasaban los minutos nos pudimos percatar que no se trataba de otro restaurante de moda, ya sabes, de esos con largas mesas comunales, meseros tatuados y platillos compartidos servidos en vajillas que parecen haber sido heredada por su abuelita.
La carta parece indescifrable, los nombres de los platillos no se leen como nada que hubiéramos probado antes.
Ante nuestra cara e interrogación la mesera nos aconsejó que tomamos el menú de degustación, que por supuesto, no tenía platillos seleccionados sino que quedaban a la libre elección del chef.
No nos quedó otra más que aceptar. Más adelante en la noche no dimos cuenta que fue la mejor decisión que pudimos haber tomado.
¿Qué se puede comer en el Wildebeest?
Wildebeest se centra en la cocina elaborada con ingredientes locales y estacionales. De hecho, trabaja de la mano con granjas cercanas a quienes compran directamente sus productos.
Eso incluye criar a los animales en conjunto con granjeros. Es tal su compromiso con el sabor que la dieta para cada animal es elegida personalmente por el chef.
Empezamos la ronda de platillos con una deliciosa entrada de aceitunas ahumadas y quesos de la región. Sabores que ponían en alerta las papilas gustativas, como advirtiendo a lo que estaba por venir.
El segundo plato no lucia nada apetitoso, ni en nombre ni en la mesa. Se trataba de tuétano acompañada de puerros asados y setas. Bastó un bocado para que cayéramos rendidos ante su sabor.
Así, sin darnos cuenta y entre una copa y otra llego a nuestra mesa a la estrella del lugar: un sirloin de bisonte con puré de espinacas, alcaparras fritas y foie gras chamuscado.
Cuando nos dijeron el nombre del platillo no sabíamos si era una broma o si estaba hablando en serio.
Cuando lo pensamos detenidamente nos resultó inevitable imaginar un bisonte corriendo en la pradera. La verdad es que nunca nos imaginamos que llegaría un momento como este.
Así después de mirarlo por unos segundos, decidimos cortar un pedazo y llevarlo a la boca.
No, no es nada parecido al pollo, y aunque la constancia asemeja a la de la res el sabor es muy particular. Una mezcla entre lo añejo de una barrica de vino tinto y lo sencillo de una carne asada familiar.
Es un sabor que jamás olvidaremos y que como esa ciudad llevaremos en el corazón para siempre.
¿Qué más hay en la carta?
Además del bisonte, en la carta se ofrecen platillos tan diversos como cerdo servido con avena perfumada con pimienta y jarabe de arce envejecido en barril de bourbon.
Tarta de cordero bañada con cebollas en vinagre, emulsión de capuchina y crutones de hierbas; lengua de ternera orgánica asada con mermelada de setas, berros y reducción de jerez.
Si, sabemos que los nombres suenan muy pretenciosos, pero toda esa pose se acaba cuando degustas cada uno de los platillo que sale de ese laboratorio de sabores.
Te recomendamos ámpliamente el restaurante Wildebeest para tus próximas vacaciones en Vancouver.
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