Nuestro viaje al Puerto de Mazatlán iniciaba, yo tenia todo listo había reservado con un par de meses de antelación estas vacaciones que tanto nos hacían falta. Avión, renta de auto y el Hotel Costa de Oro nos esperaban en esta nueva aventura.
Una emoción indescriptible nos rondaba la cabeza porque soñábamos con disfrutar de las cálidas playas del pacifico mexicano. Mazatlán es un destino que todos tenemos en la cabeza, pero las playas del caribe comúnmente ganan por mayoría de votos; pero decidimos que esta ocasión no sería así.
Llegando a Mazatlán
Eran las nueve de la mañana cuando mi esposa, mi hijo y yo aterrizamos en el Puerto de Mazatlan. Desde la ventanilla se veía una vegetación a base de cientos de palmeras, un río junto al aeropuerto y un mar de azul profundo que nos daban la bienvenida. ¡Qué belleza de lugar!
Ya con maletas en mano, salimos del aeropuerto, recogimos el auto y bajamos la ventanilla para sentir el caluroso clima de Mazatlán ¿Cuánto tiempo había pasado desde las últimas vacaciones en respirar el aire puro y cálido? El fresco aire junto al mar nos despeinaba; Sebastian mi hijo, y mi esposa Martha, radiaban de felicidad.
Nuestra elección, el Hotel Costa de Oro en Mazatlán
Saber elegir el hotel donde hospedarse fue una tarea difícil, cuando la industria aquí es variada y extensa. El Hotel Costa de Oro en plena Zona Dorada fue la mejor elección, al momento de reservar no sabíamos si elegir una de sus amplias habitaciones decoradas al estilo mexicano y vista al apacible jardín o irnos por la suite con vista al mar.
Decidimos por esta última porque cuenta con una cocineta lo cual es ideal por si quieres comprar algo y prepararlo tú mismo o qué tal organizar una tarde de coctelería. Al entrar a nuestra suite éramos recibidos con unas frutas de cortesía, entonces con ellas preparamos un saludable desayuno.
Martha, comenzó por guardar las maletas en el clóset; el pequeño Sebastian corría hacia la ventana y gritaba desde el balcón que ansiaba por meterse a la alberca. Salimos a la terraza para sorprendernos.
La fabulosa vista al mar era algo difícil de describir, pues el color azul del océano y las aves volando en el cielo tan cerca de nosotros hizo que tratáramos de seguir con la cámara el vuelo, pero sin éxito, solo alcanzamos a tomar un par de fotografías del cielo.
Dejarse llevar por los momentos
Después del desayuno, decidimos ponernos el bañador para dirigirnos a la piscina; pasando por el pasillo lleno de vegetación había un cartel con varias actividades que el hotel organiza: clases de baile, yoga y algunas actividades para los niños.
Curiosamente se nos había olvidado empacar el flotie de mi hijo y pasamos a la tienda del hotel para comprar uno, aproveché para llevar el bloqueador que siempre es indispensable, y unos lentes para el sol.
Al caminar por la orilla de la alberca sólo escuché el chapuzón que mi hijo se dio: “está templada, métete papá” fue lo que gritó, yo antes de eso, me dirigí al bar y pedí una cerveza con clamato y una piña colada para mi esposa.
Ella se recostó en el camastro, sacó un libro y con los audífonos puestos comenzó por relajarse. ¡Ahhh cuánto anhelábamos este momento! Yo no podía quedarme con las ganas de caminar por la playa.
La tarde llegó, junto a las gaviotas que nos sobre volaban, algunos huéspedes bajaban a tomar el sol en los pequeños sillones junto a la alberca. Estábamos tan relajados que olvidábamos poco a poco los días pasados llenos de estrés, tal es así que nos quedamos dormidos.
Al despertar de la siesta el estómago nos hizo dirigirnos al restaurante del hotel Los Adobes, especializado en cocina mexicana y productos marinos.
Ceviches, tacos, cócteles, asados y una gran variedad de preparaciones crearon el dilema para elegir. Pero después de una hora pudimos quedar satisfechos con el sabor de sus alimentos y bebidas. No hay nada mejor que comer lo que sale del mar el mismo día.
Atardeceres encantadores
La noche comenzaba aparecer, mi hijo Sebastián cayó rendido después de nadar todo el día en la alberca, tomó un ducha caliente y se durmió.
Nosotros decidimos tomarnos de la mano y caminar en la playa, ver el atardecer lleno de colores, apreciar la Isla de los Pájaros que desde ahí dibujaba su silueta en el horizonte casi nocturno, fue un momento mágico.
El cielo estrellado invitó a meternos en el jacuzzi al aire libre; se ubica en un pequeño rincón lleno de plantas junto a la alberca, platicamos de tantas cosas como nunca lo habíamos hecho.
El sonido suave de las olas, la tranquilidad en el susurrar del viento y la hospitalidad del hotel nos puso a pensar sobre el día perfecto que tuvimos.
Camino a la habitación preguntamos al personal sobre qué hacer al día siguiente. Nos mencionaron que podíamos disponer del spa o de la cancha de tenis que se encontraba en la parte lateral.
Disfrutando del destino
También nos recomendaron ir al malecón o vivir de cerca la vida nocturna en sus distintos bares, antros y restaurantes; y claro, visitar el acuario, el mirador y subirnos a una pulmonía, esos curiosos taxis turísticos emblemáticos de Mazatlán.
Así fue como pasamos el resto de nuestro fin de semana, disfrutando del recién remodelado Centro Histórico, de pasear por el malecón y disfrutar del hotel que nos atendieron a cuerpo de reyes.
Pensar que al planear las vacaciones al principio fue un poco difícil decidir por un hotel adecuado, el Hotel Costa de Oro nos dejó con un buen sabor de boca y fue el espacio ideal que necesitábamos, mi esposa se veía hermosa relajada y mi hijo más que feliz con sus nuevos amigos. ¡Qué vacaciones, ¡ya tengo ganas de regresar!