Alguna vez hemos escuchado hablar sobre el Transiberiano, ya sea en algún libro, documental o película.
Las imágenes que se nos vienen a la cabeza son de interminables paisajes rusos que surcan montañas y valles, horas de contemplación y espera, o tal vez alguna persecución policiaca.
¿Pero cómo es viajar en este célebre tren?
Para empezar, se puede decir que el Transiberiano es una ruta en sí, aunque existe un tren llamado Rossiya que viaja de principio a fin de forma directa también se puede recorrer de forma escalonada, subiendo y bajando en ciudades y parajes por los que atraviesa.
Su historia data del año 1891 cuando Vladivostok se convirtió en el principal puerto comercial del pacífico de Rusia.
Fue entonces cuando el anhelo por conectar la parte europea con la asiática impulsó la creación de la red ferroviaria. Tuvieron que pasar 14 años para que fuera terminada.
Existen tres ramales: el Transiberiano, Transmongoliano y Transmachuriano. El primero es el original que empieza su ruta en Moscú y tras un recorrido de 7 días se arriba a Vladivostok.
El Transmongoliano inicia en el mismo punto, pero atraviesa Mongolia y su parada final es Beijín. El último, Transmachuriano recorre la ruta de Rusia a China pero sin pasar por Mongolia.
Cualquiera que sea la alternativa al abordar el tren y atravesar las 12 regiones, alrededor de 80 ciudades, dos continentes y más de 7 mil kilómetros en una semana, es una experiencia para recordar siempre.
Anticípate para abordar el Transiberiano
Si estás listo para hacer este recorrido, es necesario contar con visa para los tres países.
Si somos turistas prevenidos, contaremos con reservaciones para todos los tramos, pero si somos viajeros más libres, tendremos la posibilidad de comprar boletos en cada estación.
La vida en los vagones puede ser tan placentera y divertida como decidamos.
Con tanto tiempo en el camino, los nuevos amigos aparecerán de forma natural, ya sea de una charla en el carro comedor o brindando mientras se vislumbran paisajes remotos.
Podemos viajar en los camarotes con literas duras o blandas, la mayoría de los viajeros optan por la primera opción que cuenta con cuatro camas por cabina.
En estas ocasiones no importa compartirla, todo sea por ahorrarse algunos rublos.
La segunda opción, la de camas blandas es considerada de primera, los camarotes son más espaciosos y privados, cuentan con sólo dos camas pero cuestan el doble.
Increíbles experiencias en cada estación
Si hemos decidido iniciar el recorrido de oeste a este, probablemente nos sintamos muy ansiosos y llenos de expectativas, la plaza roja de Moscú será testigo de nuestra partida.
Subiremos al vagón para perdernos en los bosques de Rusia, bañarnos en el agua de sus ríos y descubrir ciudades en las que se palpa el más puro estilo soviético, como en Novosibirsk, capital de Siberia.
También podemos hacer una parada por Baikal, el lago más antiguo del mundo, es tan inmenso que contiene el 20% de toda el agua dulce del mundo.
Llegar a Mongolia es suponer que ya hemos atravesado más de la mitad del recorrido, pero eso no quiere decir que las cosas se faciliten.
Debido a que las vías del ferrocarril son mas angostas en China y Mongolia, el tren tiene que ser literalmente elevado para cambiarle las ruedas.
¿Te imaginas que todo un vagón sea tratado como un automóvil de formula 1? Es otra de las maravillas dignas de ser vistas.
Mientras tanto, esperamos que los agentes de migración revisen nuestros documentos, esto puede llegar a tardar horas.
Transición entre culturas en El Transiberiano
Ya en Mongolia seremos testigos de un país en donde la mayoría de su gente es nómada. Viven en carpas llamadas yurtas o ger, son tan importantes que incluso en la capital Ulán Bator se usan como vivienda fija.
Hay quienes dicen que hasta Gengis Kan habitó en estas tiendas y desde ahí construyó uno de los más grandes imperios conocidos por el hombre.
Si bien Mongolia era la transición entre las culturas, llegar a China es el cambio total.
Una vez más los trámites migratorios nos hacen detenernos por horas, pero no importa porque estamos más cerca de nuestra meta.
Aproximarnos a Beijín nos hace pensar en todo el trayecto que nos hemos cruzado, descendemos del tren y nos esperan estupendas sorpresas como Plaza de Tian’anmen, la Ciudad Prohibida o la Gran Muralla China.
Después de tantos días de movimiento es extraño sentir que hemos llegado al destino, pero sabemos que el viaje no terminará nunca y continuará en nuestros más viejos recuerdos.
Tomar la ruta del Transiberiano es un reto, una inspiración, pero es sobre todo un destino en sí mismo que forma parte de una experiencia de vida. #Nuncadejesdeviajar