Hasta hoy sigo recordando mi experiencia en Praga, como una pintura en movimiento en la que me veo caminando entre castillos góticos y palacios renacentistas tocados suavemente por una fina capa de niebla.
Empecemos por conocer esta magnífica ciudad
Nunca voy a olvidar mis tardes cruzando por el artístico Puente de Carlos mientras escuchaba de fondo a músicos que desgastaban sus cuerdas y que complementaban mi cuadro mental de ensueño.
La capital de la República Checa está ubicada en el corazón de Europa, y es la ciudad más importante de la región de Bohemia.
Se fundó en el último periodo del siglo IX y floreció durante el siglo XIV bajo el reinado de Carlos IV. Sus primeros pobladores fueron los Boios, un pueblo celta que habitó la zona en el siglo V a. C. Tiene sobrenombres como: La Ciudad Dorada y La Ciudad de las Cien Torres.
Acompáñame por mi experiencia en Praga
Mi recorrido por esta veterana capital dio inicio en la Plaza de la Ciudad Vieja (Staré Mesto), la parte más antigua de Praga.
Aquí se encuentra el Reloj Astronómico del Ayuntamiento que entre las 9:00 am y las 22:00 horas presenta un show icónico que reúne a turistas y locales.
Cada vez que este artefacto medieval marca una hora, desfilan doce estatuas de apóstoles que anuncian su salida con el repicar de las campanadas.
Es posible subir a la torre del reloj y admirar desde lo alto toda la plaza, así como la majestuosidad de la iglesia de Nuestra Señora del Týn, un recinto de estilo románico del que sobresalen imponentes remates o pináculos góticos.
Caminé por este pintoresco barrio custodiado por palacios neoclásicos y barrocos que me dejaron sorprendida por su perfección.
Esa tarde celebraban la llegada de la primavera, por ese motivo tuve la suerte de recorrer un pequeño mercado que se instaló en la parte central de la plaza.
Me acerqué a un puesto que ofrecía cerveza checa, famosa por ser considerada una de las mejores del mundo. Hoy en día la cerveza de este país se produce en 50 fábricas industriales y en 21 minicervecerías – restaurantes.
Dirigí mis pasos al norte de la ciudad vieja y llegué al Barrio Judío Josefov, un sitio rodeado por sinagogas y un cementerio que tiene 600 años de antigüedad.
Visité la sinagoga de Maisel donde se encuentra la exposición del museo judío que muestra la historia de esta comunidad en los territorios de Bohemia.
También pasé a la sinagoga Pinkas, un lugar en el que se respira tristeza ya que está dedicado a las víctimas judías del Holocausto, procedente de Bohemia y Moravia.
Imperdibles de Praga
Al caer la tarde, di un paseo por la orilla del río Moldava en donde empieza Malá Strana (Ciudad Pequeña), el alma barroca de Praga.
Llegué al Puente de Carlos, la construcción más antigua que cruza al río. Esta galería peatonal está custodiada por 30 esculturas que se elaboraron entre 1683 y 1714, y que representan a diversos santos.
Un imperdible es aproximarse a la estatua de San Juan Nepomuceno, un santo praguense que fue ajusticiado por Wenceslao IV por desacato y que fue lanzado al río Moldava después de haber sido martirizado.
Cuenta la leyenda que si pones tu mano en la representación de su martirio (en la base de la estatua), cualquier deseo te será concedido.
Asimismo, a su izquierda hay otra chapa donde aparece representado un perro, se cree que si la tocas tendrás la fortuna de regresar a Praga.
Una ciudad con ambiente artístico, bohemio y cálido
Me topé con muchos distractores con encanto como los músicos que tocan alegres piezas con violín, saxofón y contrabajo, o los pintores que muestran hermosos lienzos de típicos escenarios de esta ciudad de cuento.
Crucé este deleite histórico para subir al Castillo de Praga, un conjunto arquitectónico emblemático de República Checa en el que podrías perderte todo un día.
Este antiguo recinto está rodeado por patios, palacios, museos y jardines. Adentro del conjunto se levanta la catedral gótica de San Vito en donde están enterrados reyes checos que a su vez fueron coronados en este recinto.
En el año 1344 Carlos IV comenzó la construcción de la catedral y esta duró nada más y nada menos que 600 años en consagrase totalmente ¡impresionante!
Para cerrar con broche de oro mi experiencia en Praga
Bajé del castillo y comí en una tradicional taberna subterránea en la que probé el goulash, un platillo tradicional hecho a base de jabalí, cebollas y pimentón acompañado por papás al horno.
Nuevamente la cerveza checa no pudo faltar. Con el tarro en la mano brindé por ser parte de un mundo lleno de novedades y repleto de elementos que me remontaban a épocas en las que siempre soñé vivir.
Adiós Praga, la suerte está de mi parte y tengo la certeza que regresaré, la estatuas del Puente de Carlos cumplirán mi deseo. Recuerda #NuncaDejesDeViajar.
