Siempre me ha gustado caminar, pero crecí en una sociedad en la que se cree que, “No es buena idea que una mujer viaje sola”.
En la que es mejor opción ir a un sitio acompañada de tu hermano porque creen, que “somos más vulnerables, más débiles, más “delicadas”.
Crecí escuchando que las mujeres no somos lo suficientemente fuertes para enfrentar el peligro que está allá afuera
Detrás de la ventana, más allá del miedo, pero a mí, a mí siempre me ha gustado caminar…
Así que abrí la puerta (Viaja sola)
Y como si hubiera abierto una brecha de donde proviene una fuerza inusitada, un entusiasmo permanente impulsó mis pies y caminé para explorar el mundo, caminé hasta encontrarme al miedo de frente… y lo pasé de largo.
Escalé los estereotipos de la gente, salté sus comentarios, me sumergí en las profundidades de mi mente, jugué con lo sagrado, devoré hasta la última migaja de mi plato.
Y caminando, descubrí que no hay sendero más pesado, que aquel al que no se le da un paso. Que la vida está allá afuera, detrás del peligro, de las inclemencias, del llanto.
Descubrí que el mundo existe para disfrutarlo
Que los ríos son para saltar en ellos, que los cielos son para volarlos, que las montañas no son obstáculos sino senderos, que el mar es para navegarlo.
Descubrí que el miedo es tan solo la línea de arranque, que las mujeres pequeñas cabemos en todas partes, que somos ligeras para cargar menos cuando escalamos, y que hablar mucho nos ayuda a llegar a todos lados.
Aún hay muchas mujeres que se sienten solas, que alimentadas por el miedo y por el qué dirán no se atreven a dar el paso, pero tienen que saber que no están solas.
Basta con abrir la puerta y caminar, para ver que somos muchas devorando el mundo a nuestro paso.
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