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La leyenda del bailador de Real de Catorce

En Real de Catorce los jóvenes dedicaban parte de su día a ayudar a sus padres, andar con la novia, o ayudar a las tierras poco fértiles de la zona.

Para otros, su día consistía en pasear por las calles retorcidas del pueblo y platicando entre ellos.

Entre esos jóvenes había uno que sobresalía, Tomás, a quien no le importaba la vida tranquila del pueblo, el siempre estaba feliz.

Calle. Foto Maria Valdéz

La historia comienza

Era un gran bailador, se trataba de un vicio que no podía controlar, escuchaba música y en ese momento comenzaba a mover los pies .

En los Catorce, en Potrero, La Luz, en Real, en La Estación, en cualquier población asistía a los bailes y curiosamente era bien recibido porque animaba las fiestas.

Un día al calor de la charla y cayendo la tarde, Tomás y sus amigos escucharon una música que se oía a lo lejos.

Camino. Foto: Archivo

Entonces….

Fueron a la plaza donde normalmente frente al quiosco se instalaban algunos músicos y notaron que no había nadie ahí, enseguida la música se había movido a otro lado, “allá por plaza de toros” pensaron.

Los amigos decidieron ya no acompañar a Tomas debido a que no entendían la broma, pero él bajo su necedad de ir al baile decidió continuar solo y se encaminó a donde se escuchaba la música, afuera del pueblo.

Ya era obscuro y mientras más avanzaba, más fuerte se oían los sones, iba por las faldas del cerro y lo lejos divisó una luz, “seguramente es ahí el fiestón” dijo, y se apresuró casi corriendo por las ganas de bailar.

De noche. Foto Maria Galvez

Real de Catorce

Había varias parejas bailando y divirtiéndose, la luz era tenue con candeleros y velas, todo se veía animado.

El bailador empedernido vio sentada a una bella dama y ni tardo ni perezoso la sacó a bailar a pesar de la penumbra de la noche, finalmente el había ya hecho una travesía para llegar.

Era el momento justo de sacar sus mejores pasos. Ella aceptó concederle algunas piezas. Comenzó a pasar el tiempo y de la emoción no se había percatado que las personas presentes no eran conocidos de ahí.

Bailando. Foto: Archivo

Por lo tanto….

Tomás sentía un ambiente raro, como si estuviera flotando, para distraerse comenzó a platicar con la bella mujer, y ella solo contestaba de manera cortante y profunda “si, no, no sé, quizá, a veces”…

Al ver la poca disponibilidad de la charla, Tomás le pregunto entonces ¿Sabes quién vive aquí? A lo que ella cortantemente contestó: “No lo sé, yo no soy de este mundo”.

El bailador comenzó a sudar frío y más perplejo quedó cuando volteó a ver los pies de la dama, uno era de cabra y otro de gallina.

Baile. Foto: Archivo

Real de Catorce

Enseguida miró a otras parejas a su alrededor, todos tenían los mismos pies que la bella dama, enseguida quiso soltarla, pero no pudo y está lo sostuvo con fuerza para seguir bailando de manera obligada y contra su voluntad.

El miedo y los escalofríos se apoderaron de Tomás, no podía hablar, su espalda la tenia helada y sus ojos dilatados. Con esfuerzos pudo pronunciar una frase: “Ave María Purísima”, en ese momento cayó desmayado.

Con el frío castigador del amanecer Tomás despertó rodeado de unas paredes medio desmoronadas, quizá fueron de alguna casona antigua abandonada y destruida por el tiempo.

Día . Foto: Archivo

Entonces…

Se dio cuenta que estaba lejos del pueblo de Real de Catorce, rumbo a la mina San Agustín, allá por el Cerro del Palillo.

Se apresuró a regresar a casa y platicar a sus familiares y amigos el terror que experimentó por asistir a un baile al cual no había sido invitado.

Tomás vivió e resto de su vida tranquilo tal y como era el pueblo, tratando de olvidar aquel fiestón… fiestón pero de miedo.

Roca. Foto: Archivo

Esta historia si que da mucho que pensar, ¿no crees?. Recordemos que en todos lugares siempre se tiene algo nuevo que contar y recuerda #Nuncadejesdeviajar.

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